Dejan el auto… Y se suben a la moto

Transportarse en motocicleta se ha convertido en una tendencia para miles de usuarios en los últimos meses. Y es que una solución viable a los problemas de movilidad es utilizar la moto como medio de transporte.

Y en ese contexto, presentamos la historia de dos clientes de ITALIKA, quienes tras dejar su auto encontraron en la moto el medio de transporte ideal e iniciaron un romance con el mundo del motociclismo.

“Hace un año me quedé sin automóvil, anduve en transporte público un tiempo, hasta que me decidí comprar una motocicleta”, revela Mariela Torres, una chica de 27 años que se dedica a la publicidad exterior. “La verdad nunca había andado en moto, ni siquiera me había subido a una, ahora tengo mi Vitalia 125, desde hace menos de un año, y ha sido: ¡Lo mejor que me ha pasado!”, agrega.

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“Por lo general la uso en ciudad, para trasladarme al trabajo, ir de compras y pasear por ahí”, nos cuenta Mariela, quien con un transcurrir de las rodadas descubrió la pasión por el motociclismo.

“Hace poco hice un pequeño road trip a Atlixco, está muy cerca de Puebla. Ver el paisaje, el camino, sentir el viento, vivir la adrenalina y, sobretodo, manejar mi ITALIKA me llenaron como nunca.

“Ahora estoy pensando en adquirir una de al menos 250cc para poder ir más y más lejos y seguir disfrutando de todo esto. Gracias ITALIKA, por todas las vivencias que ya fueron… ¡Y por las que vendrán!”, confiesa Mariela Torres, regia de corazón y poblana por adopción.

Por su parte, Abel Colin nos comparte su singular historia, que como le sucedió a Mariela, inició intempestivamente. “Acababa de vender mi automóvil y necesitaba un medio de transporte. Primero compré una bici, pero es difícil recorrer distancias grandes en la CDMX, así que empecé a ver motocicletas usadas”, nos cuenta.

“Vi una DM 150 en venta. Yo tenía el dinero del auto aún y fui a verla, nunca me había subido a una moto, quizá para tomarme una foto pero no conducirla... Ese día me acompañó mi mejor amigo, Alan. Lo invité, según yo, porque él sabía manejar moto y, ¡cuál… no sabía tampoco!

“El vendedor, muy buena onda, me dio los principios más básicos y me dijo que me diera unas vueltas en ella, a dos cuadras se me apagó, no sabía cómo prenderla, me desesperé un poco, pero la pude encender y llegué a donde estaban mi amigo y el vendedor. Y pues bueno, se cerró el negocio”, recuerda.

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Pero no sólo la falta de experiencia en el manejo de motocicletas fue lo que vivió Abel en su primer contacto con el mundo del motociclismo.

“Ese día nos fuimos desde Balbuena hasta la salida a Cuernavaca con un casco que el vendedor me prestó porque yo ni eso tenía, la fuimos a presumir con mis demás cuates y en una de esas… ¡pum!, que se me apaga la moto”, nos cuenta.

Pero tras un accidentado inicio, llegaron las aventuras inolvidables, esas que se tienen al viajar sobre dos ruedas. “Le tengo mucho aprecio a la Bully, así le puse de cariño. La extraño algunas veces, en ella me fui a Valle de Bravo y a Toluca yo solo, ¡mis primeras aventuras!”, confiesa.

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